El viernes tuve una experiencia pseudoreligiosa. Uno de los gurús de la alta gastronomía española de vanguardia, Sergi Arola, fue el protagonista de una comida sólo apta para...
a) Gente con mucha pasta o ejecutivos con muchos muchos cheques de comida
b) Sibaritas que no le importa no comer durante el resto de mes
c) Críticos gastronómicos de lengua viperina con gastos pagados por los medios
Íbamos un poco a la defensiva porque nos habían hablado bastante mal del restaurante La Broche y con una mirada de recelo entramos en un espacio blanco absoluto (con cara de “yo vengo a comer todos los días a sitios así, no estoy nada impresionada ¿vale?"). La presentación de la carta no puede ser definida más que de original y los platillos que en ella se describen son pocos pero tan apetecibles que cuando tú ya has conseguido decidirte, pide tu acompañante... y te entra la duda y quieres también lo que pidió él. Lo que sucede a continuación... es un espectáculo para los sentidos. Empezando por una degustación de aceites y sales (hacen una artesana con flores que es “im-prezionante”), te obsequian (aunque en realidad lo pagas, claro) con unas patatas bravas que jamás pude imaginar que un plato tan de cutrebar pudiera presentarse de una forma tan piriqui (en la foto). Tras un par más de aperitivos de ¡uh-oh-ah!...te traen los primeros (deliciosos) los segundos (deliciosos y reconozco que para ser un restaurante de pitimini, las cantidades no son del tipo “pero ¿ya me lo he comido?”) y los postres (se te pueden saltar las lágrimas). Lo mejor... los dulces con los que te obsequian (y pagas) con el café: piruletas de fresa salvaje, minicucuruchos de limón, nubes de menta, trufas de chocolate... Todavía no se qué impresiona más: la comida (espectacular) o la cuenta.
Pero entre nosotros... el motivo de la celebración merecía el homenaje y... un día es un día y total... no pagaba yo!
a) Gente con mucha pasta o ejecutivos con muchos muchos cheques de comida
b) Sibaritas que no le importa no comer durante el resto de mes
c) Críticos gastronómicos de lengua viperina con gastos pagados por los medios
Íbamos un poco a la defensiva porque nos habían hablado bastante mal del restaurante La Broche y con una mirada de recelo entramos en un espacio blanco absoluto (con cara de “yo vengo a comer todos los días a sitios así, no estoy nada impresionada ¿vale?"). La presentación de la carta no puede ser definida más que de original y los platillos que en ella se describen son pocos pero tan apetecibles que cuando tú ya has conseguido decidirte, pide tu acompañante... y te entra la duda y quieres también lo que pidió él. Lo que sucede a continuación... es un espectáculo para los sentidos. Empezando por una degustación de aceites y sales (hacen una artesana con flores que es “im-prezionante”), te obsequian (aunque en realidad lo pagas, claro) con unas patatas bravas que jamás pude imaginar que un plato tan de cutrebar pudiera presentarse de una forma tan piriqui (en la foto). Tras un par más de aperitivos de ¡uh-oh-ah!...te traen los primeros (deliciosos) los segundos (deliciosos y reconozco que para ser un restaurante de pitimini, las cantidades no son del tipo “pero ¿ya me lo he comido?”) y los postres (se te pueden saltar las lágrimas). Lo mejor... los dulces con los que te obsequian (y pagas) con el café: piruletas de fresa salvaje, minicucuruchos de limón, nubes de menta, trufas de chocolate... Todavía no se qué impresiona más: la comida (espectacular) o la cuenta.
Pero entre nosotros... el motivo de la celebración merecía el homenaje y... un día es un día y total... no pagaba yo!
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