Tres días con la pata en alto han servido para darnos cuenta que el moreno definitivamente no sabe cocinar ni siquiera unos perritos: fue capaz de chamuscar todos los panecillos, dejar las salchichas frías, ponerlo todo milimétricamente colocado sobre un plato pequeño y sorprenderse (incluso cabrearse) porque le digo que eso no puede ponerse así. Hombres...
Los 40 metros cuadrados de nuestro casero (a partir de la semana que viene ex-casero) se encuentran llenos de cajas de cartón sin montar, que ofrecen a nuestro hogar un desagradable olor a almacén de imprenta con goteras.
Otto se indigna porque yo no le bajo (es de los pocos que todavía me adoran y miran con admiración cada vez que entro por la puerta) y como acto de rebeldía, va y no hace caca. Hala, como castigo. Quienes tengáis perros entenderéis lo desesperante que es bajar a un perrito y dar vueltas y vueltas y que el chucho... nada de nada.
Espero que la semana que viene toque otro juego más divertido.