lunes, 6 de octubre de 2008

¡Vergüenza debería darte estar a estas horas en la calle!

Son las 7.30 horas en el Parque Eva Perón, en pleno centro de Madrid.
Con la luz gris-azulada que ofrece el comenzar urbano en esta época del año, a esa hora en que parece que todo bosteza, los únicos despiertos desde hace horas son los del kiosko de prensa. Y Otto y yo, esa pringada que le saca cada mañana y hace creer al mundo entero que ella es la líder en esta relación.

En la zona de juegos infantil duermen una pareja de punkis con un perro vagabundo que les quiere con locura a pesar de sus adicciones (no como aquellos que pasando por su lado en la calle les juzgan con desaprobación).

Otto, mi pulgoso, por fin en libertad, corretea por el césped aún mojado intentando encontrar un olor o dos o tres o mil. Y va marcando con la patita en alto una, dos, tres... mil veces.

Los únicos que nos acompañan en este paseo son los jardineros, que como si fueran guardabosques nos hacen sentir un poco como caperucita y el lobo.

Mientras Otto se entretiene en juguetear con un reciente encontrado tesoro (un niño abandono por descuido el Tiranosaurus Rex que le regaló su abuelo detrás de un banco), yo me dedico a calentar las manos en mis bolsillos, pensando en lo tranquilo que huele todo, lo fresco que se oye todo y lo bien que se ve todo a esas horas, o al revés.

Mientras bostezo, me froto los ojos, trato de parecer una persona decente, y recuerdo... que se me ha olvidado decir que es sábado.

A veces deseo que el objeto de trabajo de esta empresa fuera otro que me viniera mejor para estos casos de madrugón excesivo.

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