Estoy en ese punto de la vida que comprar una barra de pan de aceitunas me hace muy feliz, estúpidamente feliz. Y es que cada vez estoy más convencida que son esas pequeñas cosas las que hacen que la vida funcione. Entre noticia del paro y pensamiento negativo, yo me como un pedazo de tarta de cerezas, y la cosa mejora. Cuando llego a casa derrotada, cansada, malhumorada, y el can quiere bajar a la calle, y al moreno se le olvidó recoger la cocina y está toda empantanada, y mi cuenta corriente está tan vacía que da vértigo asomarse a ella y piensas un millón de cosas (todas malas por supuesto), surge la idea del moreno (que me ha visto la mirada abatida desde la entrada) de pedir sushi para cenar, y es como si me dijera que nos ha tocado un pellizco en la lotería. Así de tonta soy/estoy. Comprar galletas "piriquitas" y golosinas e ir al cine son quizás, el mayor de mis placeres. Igual que ver que mi revista favorita ya está en el quiosco. O reencontrarme con aquella camiseta de la temporada pasada que no recordaba tener y que te encanta. En mi caso, que soy un poco rarita, también me pone contenta comprar bragas y calcetines, quedar para tomar el aperitivo y descubrir que mi moreno ha pasado el aspirador por iniciativa propia. Dormir hasta las 9 un fin de semana es ya un subidón de alegría tal que a veces incluso me he mareado (eso me pasa por tener perro). Y ver que a tus amigos les gusta tu lasaña, otro placer. Que tu orquidea del amor (regalo de aniversario) todavía no ha muerto (recordad que no soy muy buena con las plantas y lo entenderéis). Que sales del trabajo y es de día. Que te sientas en el autobús. Descubrir que todavía hay cosas que te suben el ánimo en esos días bajos es ya la mayor de las alegrías y una buena excusa para disfrutar de todas ellas.
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las Maravillas
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