El sábado es el gran día. Por fin, como hicieran muchos inmigrantes en el siglo XIX, parto rumbo a la tierra prometida, la tierra de las oportunidades. Bueno, vale, no es lo mismo. En vez de en la bodega de un barco de carga, lleno de olores, bebés llorando y alguna que otra enfermedad contagiosa... me voy en avión, en Iberia, en clase turista (no vayáis a pensar que voy de rica por la vida) pero por lo que me han contando... la T4 da tanto miedo como un estibador irlandés.
En estos días que me quedan en la península tengo pendiente:
-Recoger los billetes de avión y comprobar para mi horror que son más de 6 horas encerrada en un supositorio gigante con comida precalentada en bandejas de plástico.
-Ponerme de los nervios al pensar que...
a) Tengo que pasar 6 horas (o más) sin sufrir ataques de pánico, sin acordarme de Viven , ni de Perdidos.
b) Tengo que pensar con qué vestirme para ir cómoda a la par que glamourosa en el avión. Quedan descartados los chandals.
c) No debo equivocarme de casilla y en la pregunta de “tiene intenciones de matar al presidente de los EEUU” del papel verde que tienes que rellenar al llegar, poner NO.
d) Hay grandes posibilidades de que nuestro equipaje acabe en Sri Lanka.
e) Mi moreno y yo vamos a pasar siete días con sus siete noches como única compañía, en una ciudad gigantescamente desconocida, con nuestro inglés de Muzzy. Será nuestra prueba de fuego para nuestra inminente fusión parejil.
-Hacer el equipaje. Recordando que soy una rubia divina de la muerte... Los colores elegidos para que todo mi vestuario combine en la gran manzana son: Azul, gris, beige y blanco. (Eso si no me pierden el equipaje y no tenga que echar mano del vestuario de mi moreno. Dios no lo quiera).
-Reconociendo al mundo que soy una hipocondriaca con pedigrí, tengo que hacer acopio de cualquier medicamento que pudiera hacerme falta en aquella ciudad a muchos miles de kilómetros de mi médico de cabecera: llevo cientos de gelocatyles, pomada por si me pica o me da alergia algo, almax, sales de frutas, omeprazol y buscapina para posibles dolores de barriga de tanta hamburguesa y restaurantes indios, jarabe para la tos, antihistamínicos, homeopatía para relajarme (en el avión y si acabamos un día en una comisaria). Gracias al cielo, hace unos años me operaron de apendicitis y ya no debo preocuparme porque me de un ataque en un sitio donde me quitarían un riñón para costearme la operación.
-Cambiar euros por dólares, que es como cambiar pesetas por duros. Yuju!!!! Aunque me he puesto un límite muy estricto, pensar en los maravillosos precios que quedan al cambio hace que me den escalofrías de gusto y placer.
-Leerme el resto de guías, apuntar direcciones de tiendas en mi guía personal, ver un documental de Ian Right que me descargué, releerme los libros que tengo que hacen referencia a la ciudad de NY (Historias de Nueva York, Nueva York, Caperucita en NY...), si tengo tiempo volver a ver Manhattan de Woody Allen y aprenderme el mapa de memoria para evitar despistes. No quiero acabar en Harlem rodeada de negros inmensos, llenos de oro y no saber que sólo me están pidiendo un cigarrillo.
Buff... todavía no me he ido y ya estoy agotada.