jueves, 11 de junio de 2009
Cosas de vivir con un ingeniero. Tercera Parte
lunes, 1 de junio de 2009
Declaración de principios
Últimamente me noto diferente. He madurado como las cerezas o veo las cosas más claras porque cada vez estoy más convencida que la vida no puede ser aguantar las chorradas de unos, las memeces de otros y las gilipolleces de algunos. Me declaro felicista, y creo firmemente en que “pá lo que estamos aquí” hay que buscar la felicidad en todas las cosas. Alejándonos de imposiciones externas, mi moreno y yo estamos dispuestos a cambiar de vida cueste lo que cueste porque si lo que hacemos no nos hace feliz, nos amarga o no nos gusta ¿por qué seguir haciéndolo? Una vez que vimos clara esa pregunta, echamos cuentas y decidimos que comprar un piso o tener más responsabilidades sociales no son más que útiles para que el demonio te atrape y no puedas escapar, lo vimos claro y nos tomamos todo de otra manera. Una vez que nos dejo de dar miedo la palabra crisis, creyendo que nuestras propias virtudes y esfuerzos son los que cuentan, sabiendo que tenemos pocas cosas que realmente necesitamos y que podemos vivir simplemente siendo más felices. Cuando un novio no te quier,e le dejas; cuando un zapato te hace daño, lo tiras. ¿Y si un trabajo te amarga? Que miedo nos han metido las estadísticas, las cifras, las ganas de triunfar (¿esto es triunfar?) con un título enmarcado en la pared que de poco sirve salvo para decorar, y ni eso (el mío lo tengo arrugado dentro de un cajón). Que miedo nos da decir a veces lo que pensamos o con lo que no estamos de acuerdo. Que miedo nos da pedir a una empresa que sólo nos quita y lo único que nos da es un sueldo de mierda, taquicardias o dolores de estómago. Frases manidas como “hay que dar gracias por tener trabajo” o “detrás de ti hay un millón esperando para este empleo” ahora me dan la risa floja. Creo que me he salido del mundo virtual en el que nos tienen engañados haciéndonos creer que encima hay que dar las gracias por que te paguen (mal), te menosprecien, te tengan agarrados por las pelotas (por las hipotecas, por los hijos, por los préstamos…), dar las gracias porque un día tengas úlcera, un ataque al corazón o una familia destruida porque “detrás de ti hay un millón esperando para este empleo”. Efectivamente. Pero yo no quiero ser una de ellas.