jueves, 11 de junio de 2009

Cosas de vivir con un ingeniero. Tercera Parte

Casualmente, el lavavajillas se estropeó cuando el moreno estaba en casa, solo. Al llegar yo, nada más entrar me soltó la noticia: "Cariño, no se cómo, las teclas del lavavajillas han salido disparadas primero para hundirse depués". La frase a tener en cuenta es "no sé cómo". Por supuesto tras mi histeria inicial de "¡y cómo vamos a vivir sin lavavajillas!" (en parte dramatizada porque odio fregar), y antes de mirar siquiera las instrucciones del aparato, el moreno que es un brillante ingeniero de sistemas INFORMÁTICOS decidió abrir la puerta porque "esto es muy sencillo". JA! Una hora después, la escena era la siguiente: el lavavajillas manchado de sangre en su puerta frontal, trozos de plástico y dos tornillos en la encimera, la puerta cierra mal y los botones siguen igual o más hundidos. La historia fue que, empezando porque abrirlo no era tan sencillo, poner los botones lo era menos y peor fue volverlo a cerrar y ponerlo todo en su sitio. Por supuesto, me gritó a mi porque "tú no sabes", le grito al perro por ladrar y se maldijo a si mismo, cuando tras mirar las instrucciones y llamar al servicio técnico nos confirmaron, que teniendo menos de dos años (como era el caso) seguía en garantía, pero que por tener un "manitas" en casa se pierde y hay que pagar, bueno, mejor hipotecar o vender un riñón para que te atienda el servicio técnico. La solución: el lavavajillas sigue con sus botones hundidos porque "yo no voy a pagar a nadie porque arreglen esa estupidez cuando funciona perfectamente". Es cierto, sólo hay que coger dos palillos de los chinos apretar con fuerza mientras rezas para que pille el programa correcto. Así de simple. Será porque soy de letras pero a mi no me convence nada el invento y en cuanto se descuide, llamo a los técnicos y digo que se arregló sólo.

lunes, 1 de junio de 2009

Declaración de principios

Últimamente me noto diferente. He madurado como las cerezas o veo las cosas más claras porque cada vez estoy más convencida que la vida no puede ser aguantar las chorradas de unos, las memeces de otros y las gilipolleces de algunos. Me declaro felicista, y creo firmemente en que “pá lo que estamos aquí” hay que buscar la felicidad en todas las cosas. Alejándonos de imposiciones externas, mi moreno y yo estamos dispuestos a cambiar de vida cueste lo que cueste porque si lo que hacemos no nos hace feliz, nos amarga o no nos gusta ¿por qué seguir haciéndolo? Una vez que vimos clara esa pregunta, echamos cuentas y decidimos que comprar un piso o tener más responsabilidades sociales no son más que útiles para que el demonio te atrape y no puedas escapar, lo vimos claro y nos tomamos todo de otra manera. Una vez que nos dejo de dar miedo la palabra crisis, creyendo que nuestras propias virtudes  y esfuerzos son los que cuentan, sabiendo que tenemos pocas cosas que realmente necesitamos y que podemos vivir simplemente siendo más felices. Cuando un novio no te quier,e le dejas; cuando un zapato te hace daño, lo tiras. ¿Y si un trabajo te amarga? Que miedo nos han metido las estadísticas, las cifras, las ganas de triunfar (¿esto es triunfar?) con un título enmarcado en la pared que de poco sirve salvo para decorar, y ni eso (el mío lo tengo arrugado dentro de un cajón). Que miedo nos da decir a veces lo que pensamos o con lo que no estamos de acuerdo. Que miedo nos da pedir a una empresa que sólo nos quita y lo único que nos da es un sueldo de mierda, taquicardias o dolores de estómago. Frases manidas como “hay que dar gracias por tener trabajo” o “detrás de ti hay un millón esperando para este empleo” ahora me dan la risa floja. Creo que me he salido del mundo virtual en el que nos tienen engañados haciéndonos creer que encima hay que dar las gracias por que te paguen (mal), te menosprecien, te tengan agarrados por las pelotas (por las hipotecas, por los hijos, por los préstamos…), dar las gracias porque un día tengas úlcera, un ataque al corazón o una familia destruida porque “detrás de ti hay un millón esperando para este empleo”. Efectivamente. Pero yo no quiero ser una de ellas.